La aralia o fatsia en un arbusto de hoja perenne de unos 3 m. de altura, de la familia de las araliáceas (araliaceae). Desarrolla una forma redondeada. Los tallos, erguidos, no se ramifican y en ellos se ven las marcas que dejaron las hojas. Las hojas son alternas, de color verde brillante, bastante grandes, de hasta 30 cm., palmeadas con de 7 a 11 lóbulos muy marcados y el margen levemente dentado. El peciolo también es muy largo. Las plantas sólo florecen cuando son adultas, a mediados del otoño, de hasta 45 cm. Las flores de color blanco crema nacen en panículas, al final de un tallo. El fruto es redondo, negro y pequeño, de aproximadamente 5 mm.
Originaria: de Japón y Corea.

Ramillete de frutos negros de la aralia o fatsia
Variedades:
Fatsia japonica “Variegata”, con los contornos de las hojas de color blanco crema.
Fatsia japonica “Aurea”, tiene las hojas jaspeadas de manchas amarillas.
Situación: a media sombra, en terrenos ácidos, ricos en materia orgánica a los que no les falte la humedad, pero con buen drenaje. A resguardo de vientos y heladas, aunque a pesar de su aspecto exótico es bastante resistente. En climas muy fríos debe cultivarse en el interior y en los muy calurosos, bajo la sombra. Tolera la cercanía del mar.
Cultivo: necesita pocos cuidados. La aralia se cultiva por la belleza de sus hojas, como planta de interior o en el exterior, donde puede convertirse en un interesante foco de atención como ejemplar singular. Crece deprisa. Agradece el aporte de abono. En los meses fríos se puede acolchar alrededor de los tallos para proteger las raíces de las heladas. No suele ser atacada por plagas y enfermedades. En ambientes secos se deben vaporizar las hojas.
Poda: no hace falta, aunque la tolera. Cuando acaba el invierno se puede recortar para limitar el tamaño. Los tallos larguiruchos también se acortan para favorecer la ramificación y que la planta tenga un aspecto más compacto.
Multiplicación: por semillas ablandadas en agua, en primavera, o mediante esquejes casi maduros, en verano.